A veces nuestro destino semeja un árbol frutal en invierno. ¿Quién pensaría que esas ramas reverdecerán y florecerán? Mas esperamos que así sea, y sabemos que así será (Johann Wolfgang Goethe)
Jueves por la noche. Leo unas palabras que aparecen en el ordenador.
Mi cuerpo empezó a reaccionar de una forma que rara vez he sentido...
Esa noche apenas cené. Mi estómago se alimentó de mis nervios.
Viernes por la mañana. Acudo a la reunión anunciada que en la noche anterior leí.
Mi cuerpo no pudo entrar en la sala concertada. Demasiado gozo había en él...
Esa mañana, esa misma mañana me dieron destino...
¡¡¡Y me puse a trabajar como profesor!!!
Al menos un mes estaré en ese colegio, llamado Gloria Fuertes..., ¡qué apropiado, sí! Es un colegio de infantil y primaria bilingüe..., ¡¡qué ilusión me hace!!
Este fin de semana no paro de currar como monitor, ayer, animando un cumpleaños y mañana, me voy al parque de atracciones de Madrid. Si alguno se acerca por allí, soy uno de los que tienen la camiseta naranja, jeje.
¡¡¡Buen fin de semanaaaaaaaaa!!!
sábado, 29 de septiembre de 2007
jueves, 20 de septiembre de 2007
La música de la vida
La música puede dar nombre a lo innombrable y comunicar lo desconocido (Leonard Bernstein)
Era una vez un gran violinista llamado Paganini.
Las notas mágicas que salían de su violín tenían un sonido diferente, por eso nadie quería perder la oportunidad de ver su espectáculo.
Una cierta noche, el palco de un auditorio repleto de admiradores estaba preparado para recibirlo.
La orquesta entró y fue aplaudida. El maestro fue ovacionado.
Mas cuando la figura de Paganini surgió, triunfante, el público deliró. Paganini coloca su violín en el hombro y lo que se escucha es indescriptible.
Breves y semibreves, fusas y semifusas, corcheas y semicorcheas parecen tener alas y volar con el toque de sus dedos encantados.
De repente, un sonido extraño interrumpe el solaz de la platea.
Una de las cuerdas del violín de Paganini se rompió. El maestro paró. La orquesta paró. Pero Paganini no paró...
Mirando su partitura, continúa arrancando sonidos deliciosos de un violín con problemas.
El maestro y la orquesta, exaltados, vuelven a tocar. Antes de que el público se serenara, otro sonido perturbador derrumba la atención de los asistentes.
Otra cuerda del violín de Paganini se rompe.
El maestro paró nuevamente. La orquesta paró nuevamente... Paganini no paró.
Como si nada hubiese sucedido, él olvidó las dificultades y avanzó sacando sonidos de lo imposible.
El maestro y la orquesta, impresionados, volvieron a tocar.
Pero el público no podría imaginar lo que estaba por suceder...
Todas las personas, atónitas, exclamaron "Ooohh"... Una tercera cuerda del violín de Paganini se rompe.
El maestro se paralizó... La orquesta paró. La respiración del público se detuvo... Pero Paganini continuó.
Como si fuese un contorsionista musical, arranca todos los sonidos de la única cuerda que sobrara de su violín destruído. Ninguna nota musical fue olvidada... El maestro se anima... La orquesta se motiva.
"La música de la vida" (Autor desconocido)
Era una vez un gran violinista llamado Paganini.
Las notas mágicas que salían de su violín tenían un sonido diferente, por eso nadie quería perder la oportunidad de ver su espectáculo.
Una cierta noche, el palco de un auditorio repleto de admiradores estaba preparado para recibirlo.
La orquesta entró y fue aplaudida. El maestro fue ovacionado.
Mas cuando la figura de Paganini surgió, triunfante, el público deliró. Paganini coloca su violín en el hombro y lo que se escucha es indescriptible.
Breves y semibreves, fusas y semifusas, corcheas y semicorcheas parecen tener alas y volar con el toque de sus dedos encantados.
De repente, un sonido extraño interrumpe el solaz de la platea.
Una de las cuerdas del violín de Paganini se rompió. El maestro paró. La orquesta paró. Pero Paganini no paró...
Mirando su partitura, continúa arrancando sonidos deliciosos de un violín con problemas.
El maestro y la orquesta, exaltados, vuelven a tocar. Antes de que el público se serenara, otro sonido perturbador derrumba la atención de los asistentes.
Otra cuerda del violín de Paganini se rompe.
El maestro paró nuevamente. La orquesta paró nuevamente... Paganini no paró.
Como si nada hubiese sucedido, él olvidó las dificultades y avanzó sacando sonidos de lo imposible.
El maestro y la orquesta, impresionados, volvieron a tocar.
Pero el público no podría imaginar lo que estaba por suceder...
Todas las personas, atónitas, exclamaron "Ooohh"... Una tercera cuerda del violín de Paganini se rompe.
El maestro se paralizó... La orquesta paró. La respiración del público se detuvo... Pero Paganini continuó.
Como si fuese un contorsionista musical, arranca todos los sonidos de la única cuerda que sobrara de su violín destruído. Ninguna nota musical fue olvidada... El maestro se anima... La orquesta se motiva.
"La música de la vida" (Autor desconocido)
lunes, 17 de septiembre de 2007
Un día te querré...
Un día te querré... Un día: ¿cuándo?
No lo sé, ni me importa, todavía.
Tan segura de amarte estoy, un día,
que ni anhelo ni busco, voy andando.
Mi mano que la espera va ahuecando
hoy reposa indolente, blanda y fría.
Un día te querrá... Hoy sólo ansía
encerrarse en la tuya, descansando.
Mi amor sabe aguardar. No es impaciente:
su deseo es arroyo, y no torrente
que hacia ti, con certeza, sigue andando.
Y una tarde cualquiera y diferente
me ha de dar a tu amor, serenamente.
Un día te amaré: ¿qué importa cuándo?
"Un día te amaré", de Julia Prilutzky
No lo sé, ni me importa, todavía.
Tan segura de amarte estoy, un día,
que ni anhelo ni busco, voy andando.
Mi mano que la espera va ahuecando
hoy reposa indolente, blanda y fría.
Un día te querrá... Hoy sólo ansía
encerrarse en la tuya, descansando.
Mi amor sabe aguardar. No es impaciente:
su deseo es arroyo, y no torrente
que hacia ti, con certeza, sigue andando.
Y una tarde cualquiera y diferente
me ha de dar a tu amor, serenamente.
Un día te amaré: ¿qué importa cuándo?
"Un día te amaré", de Julia Prilutzky
martes, 11 de septiembre de 2007
El mayor espectáculo del mundo
El mayor espectáculo es un hombre esforzado luchando contra la adversidad; pero hay otro aún más grande: ver a otro hombre lanzarse en su ayuda (Oliver Goldsmith)
"¡Señores y señoras! ¡Niños y niñas! ¡Dentro de poco, llegará el mayor espectáculo jamás soñado!"
Los murmullos de los "lugareños" empezaron a ser sustituidos por risas de incredulidad y miradas curiosas que dudaban de que eso fuera posible, pero sin atreverse a marchar de allí.
"¡Serán dos horas inolvidables!" - continuó el hombre envuelto en una negra y gruesa capa de piel de ante- "¡Escucharéis las mejores canciones, oiréis los mejores cuentos, seréis testigos de la mejor magia, y todo ello, para un fin benéfico! ¿No es estupendo, ahora que se acerca la Navidad?"
Las palabras de aquel curioso personaje, fluían como si toda la vida hubiera estado haciendo eso, y el populacho empezó a embelesarse por todo lo que decía. Habiendo captado la atención de la mayoría, elevó la voz en ciertos puntos de su discurso para enfatizar, y susurró otras palabras para adornarlo con un halo de misterio.
"..., y lo mejor de todo" - continuó diciendo ese extraño personaje - "no hay que pagar por entrar, tan solo..., disfruten..., déjense llevar..."
Todo el pueblo rompió en aplausos al término de la última palabra. Todo el pueblo, menos una niña que estaba castigada en casa por haber desobedecido a sus padres. Ella estaba encerrada en casa, limpiando los suelos, ordenando los papeles, y preparando la comida para cuando llegasen sus padres. Y para eso, quedaban, exáctamente, dos horas...
La luz, dentro de la carpa era débil, llenando la concurrida sala con un halo de misterio. En el centro de la estancia, un pequeño escenario y en él, de pie, el extraño hombre esperaba paciente a que la última de las personas entrara. No le hizo falta pedir silencio. El silencio, era lo único que se podía oír.
El exterior de la majestuosa carpa, estaba llena de colores, todo lo contrario del interior, pero eso, la niña no lo sabía, y veía la carpa con unos ojos llenos de ilusión. No se había encontrado a nadie por las calles, las tiendas estaban cerradas, las calles vacías..., o mejor dicho, estaban desiertas. El único ruído que ella podía oír, era el de sus pisadas y su acelerada respiración por los nervios de haberse escapado de su casa y estar llendo a ver el espectáculo de forma clandestina.
Los aplausos rugieron para dar la bienvenida al cuenta-cuentos, aplausos que cesaron al instante cuando un fauno se presentó ante ellos. Entre perplejos y atemorizados, incrédulos y dubitativos, bastó la primera de las frases del fauno, para que cada uno se dejara envolver en sus palabras sin vía de escape. El cuenta-cuentos narró un cuento que cada uno lo escuchaba a su manera y en cada uno se iba originando un sentimiento de ira, envidia, egoísmo, celos..., pero todos los sentimientos eran negativos y éstos iban creciendo sin parar...
La segunda actuación corrió a cargo de la cantante. Antes de salir a escena, entre bastidores, empezó a cantar. El dulce sonido que salía de su garganta hipnotizaba a cuantos estaban escuchando. Al dejarse ver, todos vieron a una sirena. Tarde. Ya estaban atrapados.
La pequeña Sónidra, al llegar a la carpa, fue consciente de que no había nadie que vigilara la entrada, así que, con decisión, atravesó el largo pasillo hasta desembocar en la última fila de asientos y sus pupilas se dilataron por lo que estaba viendo en el escenario.
De las sombras, surgió un unicornio gris, el mentalista, el cual, mientras la sirena cantaba, iba absorviendo cada pensamiento positivo, cada recuerdo alegre del populacho.
Y se oyó un grito: el de la niña.
El mentalista rompió su concentración, la sirena se quedó muda, y cuando el fauno apareció para contarle un cuento, nada malo había dentro de Sónidra para que surgiera de ella. Y los tres se arrodillaron ante la pequeña. Se había roto el hechizo que el pregonero mantenía sobre ellos, y que sólo lo podía romper alquien que creyera realmente en estos personajes y les estuviera viendo a los tres juntos.
Sónidra era la única que seguía creyendo en esos personajes, ya que leía a escondidas "libros prohibidos" según la sociedad, y gracias a ello, la sirena, el fauno y el unicornio volvieron a ser conscientes de sí mismos. El pregonero, que resultó ser una polilla gigante, logró escapar, mientras no dejaba de maldecir a la niña.
Desde entonces, se volvieron a permitir los libros prohibidos, llenos de magia y fantasía. Aun así, a la niña no se le levantó el castigo...
"El mayor espectáculo del mundo", de Acus.
Dedicado A Las Niñas De Tanhäuser, Sonia y Sandra.
"¡Señores y señoras! ¡Niños y niñas! ¡Dentro de poco, llegará el mayor espectáculo jamás soñado!"
Los murmullos de los "lugareños" empezaron a ser sustituidos por risas de incredulidad y miradas curiosas que dudaban de que eso fuera posible, pero sin atreverse a marchar de allí.
"¡Serán dos horas inolvidables!" - continuó el hombre envuelto en una negra y gruesa capa de piel de ante- "¡Escucharéis las mejores canciones, oiréis los mejores cuentos, seréis testigos de la mejor magia, y todo ello, para un fin benéfico! ¿No es estupendo, ahora que se acerca la Navidad?"
Las palabras de aquel curioso personaje, fluían como si toda la vida hubiera estado haciendo eso, y el populacho empezó a embelesarse por todo lo que decía. Habiendo captado la atención de la mayoría, elevó la voz en ciertos puntos de su discurso para enfatizar, y susurró otras palabras para adornarlo con un halo de misterio.
"..., y lo mejor de todo" - continuó diciendo ese extraño personaje - "no hay que pagar por entrar, tan solo..., disfruten..., déjense llevar..."
Todo el pueblo rompió en aplausos al término de la última palabra. Todo el pueblo, menos una niña que estaba castigada en casa por haber desobedecido a sus padres. Ella estaba encerrada en casa, limpiando los suelos, ordenando los papeles, y preparando la comida para cuando llegasen sus padres. Y para eso, quedaban, exáctamente, dos horas...
La luz, dentro de la carpa era débil, llenando la concurrida sala con un halo de misterio. En el centro de la estancia, un pequeño escenario y en él, de pie, el extraño hombre esperaba paciente a que la última de las personas entrara. No le hizo falta pedir silencio. El silencio, era lo único que se podía oír.
El exterior de la majestuosa carpa, estaba llena de colores, todo lo contrario del interior, pero eso, la niña no lo sabía, y veía la carpa con unos ojos llenos de ilusión. No se había encontrado a nadie por las calles, las tiendas estaban cerradas, las calles vacías..., o mejor dicho, estaban desiertas. El único ruído que ella podía oír, era el de sus pisadas y su acelerada respiración por los nervios de haberse escapado de su casa y estar llendo a ver el espectáculo de forma clandestina.
Los aplausos rugieron para dar la bienvenida al cuenta-cuentos, aplausos que cesaron al instante cuando un fauno se presentó ante ellos. Entre perplejos y atemorizados, incrédulos y dubitativos, bastó la primera de las frases del fauno, para que cada uno se dejara envolver en sus palabras sin vía de escape. El cuenta-cuentos narró un cuento que cada uno lo escuchaba a su manera y en cada uno se iba originando un sentimiento de ira, envidia, egoísmo, celos..., pero todos los sentimientos eran negativos y éstos iban creciendo sin parar...
La segunda actuación corrió a cargo de la cantante. Antes de salir a escena, entre bastidores, empezó a cantar. El dulce sonido que salía de su garganta hipnotizaba a cuantos estaban escuchando. Al dejarse ver, todos vieron a una sirena. Tarde. Ya estaban atrapados.
La pequeña Sónidra, al llegar a la carpa, fue consciente de que no había nadie que vigilara la entrada, así que, con decisión, atravesó el largo pasillo hasta desembocar en la última fila de asientos y sus pupilas se dilataron por lo que estaba viendo en el escenario.
De las sombras, surgió un unicornio gris, el mentalista, el cual, mientras la sirena cantaba, iba absorviendo cada pensamiento positivo, cada recuerdo alegre del populacho.
Y se oyó un grito: el de la niña.
El mentalista rompió su concentración, la sirena se quedó muda, y cuando el fauno apareció para contarle un cuento, nada malo había dentro de Sónidra para que surgiera de ella. Y los tres se arrodillaron ante la pequeña. Se había roto el hechizo que el pregonero mantenía sobre ellos, y que sólo lo podía romper alquien que creyera realmente en estos personajes y les estuviera viendo a los tres juntos.
Sónidra era la única que seguía creyendo en esos personajes, ya que leía a escondidas "libros prohibidos" según la sociedad, y gracias a ello, la sirena, el fauno y el unicornio volvieron a ser conscientes de sí mismos. El pregonero, que resultó ser una polilla gigante, logró escapar, mientras no dejaba de maldecir a la niña.
Desde entonces, se volvieron a permitir los libros prohibidos, llenos de magia y fantasía. Aun así, a la niña no se le levantó el castigo...
"El mayor espectáculo del mundo", de Acus.
Dedicado A Las Niñas De Tanhäuser, Sonia y Sandra.
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